Dead Ends Everything

lunes, 7 de junio de 2010




Por fin cayó el ultimo de los muertos que trataban de invadir la casa. Después de conseguir cerrar la puerta, la pareja se sentó en el sofá. Estaban exhaustos, todavía se podía oler el miedo y la tensión en la habitación. Se miraron. Estaban cubiertos de sangre después de tal masacre. Los cuerpos desmembrados se encontraban esparcidos tiñendo de un tono rojizo la situación.
Juntos se levantaron y fueron a darse un baño.
La mujer comenzó a despojarse de unos harapos que minutos antes hacían un bonito conjunto mientras que el hombre chequeaba su cuerpo en busca de arañazos y desperfectos. Juntos, entraron a la ducha y abrieron el grifo. No era agua de la ducha lo que se derramaba de sus ojos.
Escuece...
Solo se limitaron a abrazarse y a decirse lo mucho que se querían. Que no podían estar el uno sin el otro. Una vez hubo escurrido toda la sangre, salieron y se secaron intercambiado miradas que solo ellos eran capaces de interpretar. Una vez en el salón, se sentaron cada uno a un extremo de la mesa, en silencio, sin hablar. Solo podían observar la pistola que antes ya habían usado contra los no muertos.
¿Qué pasa si la que tiene que apretar el gatillos soy yo?
¿Seré capaz aun sabiendo que estas muerta?

Los mordiscos no dejaban de sangrar, el color de sus pieles comenzaba a tomar un color claro como el nácar, el turbio negro de la muerte se cernía bajo sus ojos.

Lo único que deseaban mientras miraban sus heridas era su muerte. No eran capaces de afrontar su destino. No eran capaces de disparar a la sien de su alma gemela. 
Solo rezaban por morir en primer lugar.

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